“Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva…
Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén,
que bajaba del cielo…
Y oí una fuerte voz que decía…
Esta es la morada de Dios con los hombres.
Y enjugará toda lágrima de sus ojos,
y no habrá ya muerte, ni habrá llanto, ni dolor,
porque el mundo viejo ha pasado.”
Apocalipsis 21, v. 1-4
De acuerdo con la tradición judeo-cristiana, la Biblia entera es una arquitectura dirigida hacia la llegada de la nueva tierra y el nuevo cielo (Isaías 65-17, 66-22, Apocalipsis 21), el día en que nuestro exilio llegará a su fin y todas las promesas sagradas serán cumplidas.
Para la tradición mística, como seres que habitamos este extraño lugar y tiempo, podemos acelerar su llegada o retardárla, dependiendo de cómo comprometamos el “ojo” de nuestros corazones para amar “creyendo todo, esperando todo, soportando todo” (1 Corintios 13).
Más aún, dice la tradición bíblica interior, podemos percibir destellos de cómo será aquel tiempo, en cualquier obra humana que haya sido hecha con verdadera sacralidad y “agapé” (el amor “quemante” bíblico).
Ese momento tan esperado se encuentra también (dicho con otras palabras) en las culturas autóctonas de las Américas.
“Ascensión - Las Tierras Nuevas” ha sido compuesta utilizando sampleos de música sacra europea de los siglos XI al XVI, grabaciones de orquestas indígenas y cantantes de Sudamérica, así como instrumentos del Kollasuyu (sur del antiguo Imperio Inca) interpretados por el compositor.
Esta obra es, entonces, también un homenaje a aquellas músicas que me han brindado el privilegio de gustar, fugazmente, cómo será ese momento; y creo sinceramente que ellas pertenecen ya al tiempo en el que “no habrá más muerte, ni llanto, ni dolor”.