La obra puede considerarse como un ensayo de superposición de gestos musicales y acciones: el intérprete combina y transforma el sonido de su voz y el sonido propio del instrumento. En otras palabras, debe interpretar dos funciones simultáneamente: tocar y cantar. No es fácil lograr la coordinación de ambos elementos exactamente bien, y el sentido y la eficacia de la pieza depende de respetar escrupulosamente los intervalos entre voz e instrumento: sólo de esta manera es posible obtener el nivel requerido de transformación (vocalización del instrumento e “instrumentalización” de la voz), y de proveer material adecuado para subsecuentes simultáneas transformaciones.
Así como en Sequenza III para voz, en Sequenza V traté de desarrollar un comentario musical entre el virtuoso y su instrumento, disociando varios tipos de comportamiento y luego uniéndolos nuevamente, transformados, como unidades musicales. Así pues, Sequenza V puede también escucharse y verse como un teatro de gestos vocales instrumentales.
Detrás de Sequenza V merodea la memoria de Grock (Adriano Wettach), el último gran payaso. Grock era mi vecino en Oneglia. Habitaba en una extraña y complicada villa sobre la colina, rodeada de una especie de jardín oriental con pequeñas pagodas, riachuelo, puentes y sauces. Muchas veces, trepé una cerca alta de hierro con mis compañeros de clase para robar naranjas y mandarinas de su jardín. Durante mi niñez, la cercanía, la excesiva familiaridad con su nombre y la indiferencia de los adultos a mi alrededor, me impidieron captar su genialidad. Fue sólo más tarde, tal vez cuando tenía once años, que lo vi actuar en el escenario del Teatro Cavour en Porto Maurizio, y lo comprendí. Una noche, mientras actuaba, se detuvo de repente y fijando sus ojos en el público con una mirada intimidante, preguntó: “warum?” (“¿por qué?”). Como el resto de la gente, yo no sabía si reír o llorar y quería hacer ambas cosas. Después de esa experiencia, no me robé más naranjas de su jardín.
Sequenza V, escrita en 1966 para Stuart Dempster, es un tributo a Grock y su metafísico por qué, el cual es la célula generadora de la obra.
Luciano Berio