Siempre hay algunas consonantes que cuestan más que otras; las vergonzantes des, las eses, las pes, las tes, ¡uy las emes...! Las vemos venir y ya nos tensamos; las intentamos cambiar pero si no se puede, nos tensamos aún más; y no es la audiencia –aunque cuando pensamos no tartamudeemos– tampoco el contenido de la palabra en sí misma... pero siempre estamos repitiéndonos.
De esta forma –balbulus (el tartamudo)– le decían al monje de San Galo, Notker. La obra se inspira en este importante compositor medieval y en su tartamudez, por eso estas configuraciones del discurso.
¡Da-da-da capo!